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miércoles, 9 de noviembre de 2011

La puerta de la felicidad se abre hacia dentro


 

En este rincón del planeta, dónde hace mucho que nuestras necesidades básicas se cubrieron, vivimos convencidos de que alcanzaremos la felicidad en un futuro imaginario en el que disfrutaremos de algo que creemos firmemente necesitar. Quizás sea una casa con jardín o un ático en el centro de una bulliciosa ciudad; tal vez sea una pareja estable, un descapotable rojo, unas vacaciones en el Caribe, un chihuahua, un hijo, una hija, un cuerpo perfecto o un bolso de Carolina Herrera. Algunos piensan que la felicidad, como decía Groucho Marx, “está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”.


Hace unos cuantos años, en un aula de una facultad de Ciencias de la Información, yo aspiraba a licenciarme en publicidad y atendía entusiasmada a unos profesores que me contaron, entre otras cosas, que un señor llamado Abraham Maslow, elaboró una teoría psicológica en la que se clasificaban jerárquicamente las necesidades humanas. Así, en la base de la pirámide se encontrarían las necesidades fisiológicas, luego vendrían las necesidades de seguridad, las afectivas, las de reconocimiento social y por último, las de autorrealización personal ocuparían la cúspide. Aunque esta teoría se revisó años más tarde y fue cuestionada su validez, ha sido la base en la que se han cimentado infinidad de estrategias publicitarias. Independientemente de que toda la teoría de Maslow sea aplicable o no en esta compleja sociedad, es indiscutible que cierto sentido común no le faltaba a este distinguido teórico: cuando no tienes zapatos que ponerte, poco te importa que esta temporada se lleven las plataformas, las botas camperas o las Merceditas.  Pero cuando te levantas cada mañana bajo un confortable techo, tienes ropa en el armario y comida en la nevera, inconscientemente entras a formar parte de un extraño club que pareciera tener como objetivo complicarte la vida, creándote todo tipo de necesidades imaginables e inimaginables. A veces, las estrategias pueden llegar a ser tan surrealistas que pueden dejar a Dalí… a la altura de Pocoyó.


Nadie escapa. Absolutamente todos formamos parte de algún “Target”, palabra inglesa que se traduce como “público objetivo”. Es decir, somos como dianas andantes y los anunciantes nos lanzan sus dardos. Pero no cualquier dardo, saben exactamente el dardo que nos da en el centro, el que más nos va a gustar, el que más nos va a doler, el que más nos va a alegrar o a entristecer…. Esos anónimos lanzadores de dardos no se sacan de la manga sus teorías acerca de cómo darnos en la diana. Para empezar, existen unos especimenes humanos (o no) llamados “trendspotters” o prescriptores de tendencias: profesionales que, basándose en la investigación y la interpretación de las corrientes sociológicas, predicen lo que va a “imponerse” (qué curiosa palabra) en los próximos años. Pero ¿quién “impone” las tendencias, la moda, las nuevas costumbres…? Pues resulta que también hay personas que pagan a otras personas para que creen esas tendencias. Y hay miles de fórmulas para crear tendencias, aunque podría decirse que en el número uno de las cuarenta principales estaría la utilización de un prescriptor adecuado: una “autoridad” en la materia, un personaje público de reconocido prestigio, una celebrity o un famosillo de poca monta…todo depende del perfil del público al que haya que venderle la moto.


Una publicidad eficaz, decían los profesores, es aquella que completa las cuatro fases del método AIDA (siglas de Atención, Interés, Deseo y Acción). El sueño de todo anunciante es llamar nuestra atención para seguidamente despertar nuestro interés, porque así tendrá más posibilidades de incitar nuestro deseo de adquisición y puede que nos motive lo suficiente como para que pasemos a la acción: comprar.  


En esta sofisticada sociedad que entre todos hemos construido, se nos vende la felicidad por todas partes…y se nos vende una felicidad cada vez más efímera. Estamos sometidos a la tiranía de la “obsolescencia programada”….y no solamente en los productos de tecnología.


La sociedad evoluciona, cambia y a veces, despierta…pero incluso es difícil discernir dónde está el genuino despertar hacia una nueva conciencia y dónde una tendencia más que el mercado de consumo sabe aprovechar para seguir sometiéndonos a la dictadura de la insatisfacción crónica. Todos conocemos a alguna de esas personas convencidísimas de estar “fuera del sistema” y que viven como hámsteres en una rueda, enganchados a terapias, cursos y talleres que les van a ayudar a ser más felices con ellas mismas.


En fin, cuando ya pensé que nada podía sorprenderme en lo que a estrategias vendedoras de felicidad se refiere, presioné un botón del mando de la tele y apareció ante mis ojos una película que me hizo poner cara de Carrie Bradshaw (ceja derecha levantada y un gran interrogante en la expresión facial): La familia Jones (The Joneses. Derrick Borte, 2009). Una nueva familia llega al vecindario: un matrimonio y sus dos hijos, ambos preuniversitarios. Aparentemente lo tienen todo: son guapos, elegantes y siempre están a la última en todo lo que a tecnología o productos de lujo se refiere. Pero ¿cuál es su secreto? Los Jones son una familia ficticia, un escaparate viviente. Su misión como vendedores de una multinacional de marketing es conseguir crear necesidades entre sus adinerados vecinos y así aumentar sus porcentajes de ventas. Poco a poco van inyectando el veneno de la competitividad entre vecinos. Todos aspiran a ser como ellos, pero no saben que los Jones “no están viviendo el sueño americano…te lo están vendiendo”. La presión llega a ser tan fuerte que uno de los vecinos comienza a vivir por encima de sus posibilidades y llega a endeudarse de tal manera que termina suicidándose.


La proyección hacia un caso extremo siempre nos hace reflexionar. En este caso, yo me quedo con una frase que leí hace tiempo y creo que resume muy bien el error de esta desproporcionada fiebre de necesidades en la que vivimos envueltos. “La puerta de la felicidad se abre hacia dentro”. Y es que nada puede haber ahí fuera que consiga hacernos felices, porque ser feliz no es una consecuencia de nada. Es una actitud y es una decisión.



4 comentarios:

  1. De acuerdísimo!!! Me ha encantado esta entrada y de verdad no puedo estar más de acuerdo con todo lo que has dicho!!!! :-)

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  2. Muy de acuerdo María, según el budismo, que es una filosofía de vida más que una religión, pues no está tan basada en dogmas como en la práctica diaria, es importante para deshacernos de la infelicidad el liberarnos del deseo que no trae más que sufrimiento... el deseo por las cosas, por la fama, por el disfrute de los placeres materiales, por los libros, por aprender cosas nuevas, por cursos y talleres de autoayuda, afectivo-emocional por alguien a quien 'amamos' o creemos que amamos, incluso el deseo por alcanzar la felicidad como bien dices... ese apego ya lleva consigo la semilla de la infelicidad pues se basa en la insatisfacción. Añadiría también que la otra semilla de la infelicidad que enseña el budismo es el rechazo, rechazo hacia lo que no nos gusta, la enfermedad, la vejez, los enemigos, la gente que se nos cruza por la calle cuando conducimos, rechazo a los problemas, a las situaciones que nos sacan de los nervios, a vivir lentamente cuando "hay mil cosas por hacer"... Apego y rechazo, ambas nos traen insatisfacción, y por tanto infelicidad.

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  3. Lo sé Jennifer...y sé que lo demuestras día a día. Tu encuentras la felicidad debajo de las piedras, si hace falta!!!! ;-D

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  4. Gracias Pablo por tu interesante y constructiva aportación. Tomo nota!!

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