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domingo, 11 de marzo de 2012

La primera piedra del muro



La Revolución Francesa nos dejó tres palabras inolvidables. Fueron tres gritos que salían de las entrañas de un pueblo harto ya de injusticias: Libertad, Igualdad y Fraternidad. En aquel entonces no hacían distinción de géneros. Sin embargo, siglos más tarde y gracias, cómo no, a la inestimable colaboración de los medios de desinformación masiva, expertos en marear la perdiz según convenga, hablamos de igualdad  de géneros y celebramos el día de la mujer como si el hecho de haber nacido con un determinado sexo implicara una superioridad implícita.

 El Día de la Mujer Trabajadora no es una celebración exactamente, bajo mi punto de vista. Es una jornada de reflexión y conmemoración que honra el recuerdo de aquellas mujeres que a lo largo de la historia tuvieron que pagar con su vida cuando intentaron reclamar sus derechos como seres humanos. Claro que, la Historia también está plagada de hombres que dieron su vida por defender los derechos fundamentales del ser humano…

Ese tipo de conmemoraciones están bien, claro que sí…pero esas otras “celebraciones” estilo anuncio de compresa, sinceramente, me parecen un paso atrás. Ese “orgullo” de mujer y esa exigencia de la “igualdad” con respecto al hombre, me parecen falsos, postizos, hipócritas. No se puede pasar de curso con un sobresaliente en igualdad, un cuatro en libertad y un cero en fraternidad.  La verdadera Revolución es una revolución de la Consciencia y esa consciencia es la que hace que prioricemos nuestra libertad interior y nos confraternicemos con nuestros semejantes, exigiendo igualdad para todos. Qué igualdad hemos conseguido si nos hemos convertido en esclavas del reloj y del sistema. De qué nos sirve la independencia económica si viene acompañada de la dependencia a los ansiolíticos, a los antidepresivos, a los anticelulíticos….Dependemos de nuestras, madres, suegras y de todo un séquito para que atiendan a nuestros hijos y a nuestras casas. Dependemos de la imposición social de ser madres perfectas, profesionales competitivas y expertas amantes. Sufrimos la tiranía de las modas y de Dios sabe cuantas cosas más…pero aún así presumimos de “independencia económica”.

Y la violencia…la violencia, déjenme que les cuente un secreto: no tiene género. La violencia es un desequilibrio que hay que afrontar y superar en una sociedad y no, no tiene género…por más que se empeñen los políticos. Las personas nos matamos unas a otras, nos maltratamos física, psíquica y emocionalmente en todos los géneros habido y por haber. Y dividir los derechos fundamentales del ser humano en rosas y azules es una estupidez más del ser humano.

 Un ejercicio que deberíamos hacer las mujeres es la práctica de la fraternidad como antesala de la igualdad, porque es ahí donde patinamos que da gusto…

¿Cómo podemos exigir que el hombre nos respete si entre nosotras nos traicionamos continuamente?  Paradójicamente somos poco “generosas” con las de nuestro “género”…

Dicen que es producto del machismo el que las mujeres seamos tan competitivas entre nosotras. No lo sé. Pero, una culpa tan grande no puede ser toda del hombre…

Echemos un vistazo a nuestro alrededor y observemos cómo son las relaciones entre las mujeres que conocemos: madres e hijas, nueras y suegras, cuñadas, hermanas, compañeras de trabajo, amigas…. ¿Vemos “fraternidad” o vemos luchas de poder por dominar, controlar y manipular a los hijos, a los maridos, a los amantes, a los jefes…a los hombres? ¿Vemos mujeres unidas que se defienden unas a otras o vemos celos, envidias y puñaladas traperas?  Hemos de reconocer que la fraternidad, ese pilar básico de toda revolución, no es definitivamente, nuestro fuerte.

Muchas han sido y son las mujeres que luchan por un mundo mejor,  pero nos sorprendería conocer el “género” de quien siempre les suele tirar la primera piedra… La misma piedra con la que se construyen los muros que nos separan a unos de otros.