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martes, 1 de octubre de 2013

La araña mística



     


Mi mente no se calla ni debajo del agua. Es más, parece que el chorro de la ducha activa algún misterioso mecanismo de hiperactividad neuroquímica, porque todo intento de no pensar mientras me entrego a la caída del agua sobre mi cabeza, desemboca en estrepitoso fracaso. Claro que, los fracasos son oportunidades disfrazadas…y a mí me encanta desenmascarar misterios.

Ayer, la “culpable” de mi fallido intento por no pensar, fue una diminuta araña patilarga que hacía lo imposible por subir por el mojado y resbaladizo azulejo de la pared. A primera vista me pareció una especie de pelusilla…pero enfoqué de nuevo y la vi: daba dos pataditas hacia arriba y resbalaba. Al imaginarme a aquel insecto resbalando y cayendo a mis pies, un escalofrío me recorrió la espalda. Una furia visceral se apoderó de mí  y cuando iba a aplastarla sin piedad…algo me hizo parar y pensar. La metacongnición se activó en mi lóbulo frontal y observé la situación objetivamente. Era yo contra una “pelusa” viviente. Las razones de mi miedo eran, no sólo infundadas sino que, además eran…absolutamente ridículas. 

Pero ¿por qué me daba miedo aquel diminuto ser que luchaba por alcanzar el siguiente azulejo sin caer al vacío? ¿Cuántas veces hemos tratado de aplastar aquello que nos produce un miedo irracional, sin detenernos a reflexionar sobre la causa de ese temor? ¿Hasta qué punto los miedos inconscientes nos hacen cometer estupideces?

Salí de la ducha, pensando en estas cuestiones, mientras me envolvía en mi toalla y le perdonaba la vida al bicho. Ella no lo sabía pero, en aquel momento yo era su diosa… ¡qué cosas!

Pasé la mano por el espejo para quitar el vaho y me encontré con alguien que me miraba al otro lado del cristal. Me miró a los ojos y me preguntó: “¿De qué tienes miedo?” Yo le respondí que me da miedo la tristeza, pero no cualquier tristeza sino esa que llega sin motivo, irracional, y que boicotea un momento mágico. Es como si, cuando eres feliz, surgiera para recordarte que no puedes serlo.

“¿Qué pasaba en el momento en el que apareció esa tristeza?” – me preguntó. Yo recordé cuándo lloré por última vez. Cuándo lloré sin motivo. Y fue en un momento en el que me sentía querida, mimada, acariciada...”No tiene sentido”, pensé. “Sí tiene sentido”, me dio ella: “Ve a tu infancia…y busca los momentos en los que te acurrucabas en los brazos de un adulto. Esos momentos en los que te acariciaban, te mimaban….busca y verás que lo hacían cuando estabas llorando porque te había pasado algo malo. Te caíste, te golpeaste, alguien te dijo algo que te hirió…y entonces, tenías consuelo”.

En ese momento, comprendí…. ¡claro, como no se me había ocurrido antes! Aprendí que para recibir abrazos, caricias, mimos….tenía que llorar. Por eso, ahora…al recibir esos gestos hacia mí… mi cuerpo, inconscientemente genera la química de la tristeza…mi cuerpo sigue creyendo que debe llorar para recibir abrazos y caricias…

“Recuerda a aquel místico sufí”, me dijo: “Tu tarea no es buscar el amor, sino buscar y encontrar dentro de ti, todas las barreras que has construido contra él”.

La del espejo sonrió complacida…yo miré de nuevo hacia la pared de la ducha y observé que la araña ya no estaba. Se había ido y, con ella, se fue… mi falsa tristeza.