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sábado, 17 de agosto de 2013


Resolviendo "Crucidramas"



Habíamos quedado a las ocho de la tarde en el ‘Café de las Horas’, muy cerca de la catedral. Echaba de menos las tormentas de verano, así que esa tarde del mes de agosto, el bochorno del ambiente y los nubarrones que se avecinaban, me confirmaban que con un poco de suerte, no tardaría en escuchar los truenos que me devolvían a episodios entrañables de mi infancia. El viento comenzó a dibujar remolinos en la plaza de la Reina y una bandada de pajaritos grises anunciaba escandalosamente su retirada. Sonaba el primer trueno, cuando entré en el viejo café…

Los aromas a madera, te, canela, granos de café recién molidos y nostalgia, me dieron la bienvenida. El juego de luces anaranjadas y la decoración, a caballo entre anticuario y santuario, me hacían sentir como una viajera en el tiempo. Recorrí con la mirada el conjunto de mesas y pude ver una melena blanca como las barbas de Papá Noel.

Ella estaba allí sentada, con la mirada absorta en el periódico que medio sujetaba con un codo, mientras hacía girar con la otra mano un elegante bolígrafo que hacía juego con el local. Acercándome a la mesa, aprecié un nuevo detalle: en la pared, justo detrás de ella, colgaba una estantería con unos libros y un ángel sentado vestido de azul índigo que sostenía una trompeta. No pude evitar recordar a mi vieja amiga Pilar (lo de vieja no es porque la conozca desde hace muchos años, sino porque ronda los ochenta). Según ella, experta en ángeles y en todo tipo de experiencias paranormales habidas y por haber (siempre dudé si era experta o adicta), posiblemente aquel ser alado era Gabriel, el Arcángel mensajero.

Me senté dando un suspiro. Ella levantó la mirada y me miró sonriendo con los ojos, como sólo saben hacerlo las personas sabias:

-         ¿Qué te pasa? Oigo truenos, pero no sé si la tormenta está ahí fuera o dentro de tu cabeza.

-         Lo de ahí fuera es un chaparrón de verano. Aquí dentro – dije, dándome un golpecito en la frente con los dedos – se avecina el diluvio universal.
Movió la cabeza riendo, dando a entender que lo mío no tiene remedio, aunque sus ojos decían otra cosa. Fue en ese instante cuando me di cuenta de que no estaba leyendo el periódico. Lo que la tenía tan concentrada era un crucigrama que por lo que observé, ya estaba medio resuelto.

-         Échame un cable – propuso repentinamente mientras señalaba su crucigrama ­- Con ocho letras: Quedarse detenida por algún obstáculo – volvió a clavarme los ojos tras haber formulado la definición y apoyó los codos en la mesa sujetándose la cara como si no le importara esperar un par de horas la respuesta. Yo no tuve la más mínima duda y le respondí triunfal:

-         Atascada.

-         Correcto – anunció complaciente mientras rellenaba las casillas con precisión.

-         Es curioso – repliqué - porque…así es exactamente como me siento ahora: atascada. Siento una maraña de ideas en mi cabeza que no consigo ordenar. Tengo la certeza de que todo está conectado y sin embargo, cuando intento atar cabos, hilar las cosas…todo se vuelve inconexo. Me da la sensación de que no importa el camino que tome porque todos me llevan a la misma dispersión. Es como si el mundo girara y todos tuvieran su lugar en el complejo engranaje de la vida…excepto yo – tomé un respiro y recordé lo mal que estaba durmiendo últimamente -  Ayer soñé que estaba en el andén de la estación de trenes del norte. Salían trenes, llegaban trenes…pero yo seguía en el andén sin saber a cuál de ellos subirme. ¿Cómo iba a subirme a un tren si no sabía adónde quería ir? Estoy harta de no saber de qué va este juego. De no saber a qué he venido, porqué y para qué estoy aquí – Miré hacia la ventana y escuché la lluvia que empezaba a caer con fuerza. Dos monjas cruzaban la calle, intentando sin éxito escapar del agua que les caía del cielo – No sabes la envidia que me dan todos los que tienen una vocación clara en la vida. Saben lo que quieren y van a por ello, aunque sea absurdo, aunque sea estúpido, aunque no tenga el más mínimo sentido para los demás. Cuando alguien quiere algo y no duda de lo que quiere…

-         Siempre paga un precio – me interrumpió con firmeza y me miró con cierta dureza – La seguridad tiene un precio: dependencia…en el mejor de los casos. En el peor: esclavitud. ¿Quieres ser una esclava? Adelante, puedes conseguirlo: créete todas necesidades que se supone que debes tener para ser una persona feliz en este mundo: vende tu talento y verdadera vocación a cambio de un sueldo; malgasta tu capacidad de amar buscando a una pareja ‘ideal’ que tenga todas las virtudes que a ti te faltan; pertenece a una familia unida a cualquier precio (las que te dan siempre la razón mientras acates las condiciones como miembro del clan son las mejores…); protégete al amparo de un sistema de creencias que te garantice que eres buena siempre y cuando cumplas unas normas; toma una píldora para adormecer todos y cada uno de los dolores de tu cuerpo y de tu alma y luego… muere y vuelve a empezar porque no te habrás enterado de nada.

-         ¿Pero por qué hay que elegir entre libertad y seguridad? Así es imposible ser feliz en este mundo… -protesté poniendo cara de víctima, esa misma cara con la que me levantaba cada día últimamente.

-         ¿Quién te ha dicho que hay que elegir? Si buscas cualquiera de las dos ahí fuera…no conseguirás nada. Como mucho un espejismo de alguna de ellas… Tú tienes la absoluta certeza de que el mundo es mucho más complejo de lo que nos hemos creído. Sabes que la historia oficial del mundo no es más que una versión y no tienes ninguna duda de que somos algo más que un cuerpo… Eso, querida, es tener seguridad y tus dudas son la evidencia de que piensas por encima de los límites diseñados por el paradigma establecido…y eso, es libertad – Me guiñó un ojo y siguió con su crucigrama. Yo me quedé pensativa y el camarero me devolvió al mundo físico:

-         Buenas tardes, ¿qué le pongo?

-         Un café granizado, por favor – necesitaba bajar la temperatura del lugar (se llame como se llame) en el que habitan mis neuronas.

-         Tenemos unos brownies recién hechos…

El aroma a chocolate voló hasta mi nariz. La miré a ella y me miró con una sonrisa pícara. Su cara decía: “Carpe Diem”.

-         Me has convencido – le dije al camarero con falsa resignación, como si llevara horas tratando de convencerme. Él me regalo una sonrisa sincera y salió de la escena. Yo volví a mirarla recordando sus últimas palabras y protesté:

-         Eso de la libertad y la seguridad...tienes razón, pero no puedo evitar pensar que es como tener la parte teórica aprobada y un montón de calabazas en la práctica. Se me acumulan las circunstancias y no sé por dónde empezar…

-         ¿Sabes qué es lo que más me gusta de los crucigramas? – volvió a interrumpirme con suavidad, con un gesto que preludiaba una respuesta metafórica – Los atascos. Si supiera todas las definiciones, hacer un crucigrama no tendría ningún sentido. Sería un mero ejercicio mental, demasiado fácil y, por tanto monótono y aburrido. Lo bueno de un crucigrama es cuando, una definición te obliga a reconocer tu ignorancia, a pararte y admitir que estás perdido. Es ahí cuando tienes dos opciones: seguir “atascado” pensado en la solución una y otra vez, con la pérdida de tiempo y el desgaste mental y energético que esta opción supone, o bien te dedicas a resolver aquellas que sí conoces y tratas de aprovechar las “pistas” que cada definición te da con respecto a las demás . El crucigrama te enseña que todas las definiciones están interconectadas y que cada vez que resuelves una…las estás resolviendo todas. No puedes solventar todo el crucigrama a la vez, debes ir paso a paso, pero curiosamente a cada paso que das, cada vez que resuelves una nueva definición, vas teniendo una visión más amplia. Algunas veces, la definición más difícil, se resuelve sola, porque mientras solucionabas las demás, sin darte cuenta ibas rellenando las casillas de aquella que constituía ‘el gran enigma’.

Entonces, dejó el bolígrafo y apartó el periódico. Puso sus manos sobre las mías y de nuevo, me miró con esa sonrisa en la mirada:

-         Las mejores respuestas llegan solas, siempre y cuando cumplas tu parte: haz lo mejor que puedas, con lo que tengas, estés donde estés.

-         Esa frase no es tuya… ¿no es de Roosvelt?

-         Sí, un toque americano siempre resulta más peliculero…

La miré con un agradecimiento infinito:

-         Nunca perderemos el sentido del humor- le dije.

-       Nunca. Ese es nuestro secreto. Somos alquimistas del drama. Siempre cabe la posibilidad de convertir la tragedia en comedia…o al revés. Tú decides.

Volví a mirar hacia la ventana. La lluvia había cesado y entraba un ligero olor a tierra mojada. Llegó el camarero con el café y el brownie. Mi reloj marcaba las ocho y ocho minutos. Por la puerta entró ‘mi cita’:

-         Disculpa el retraso…menudo chaparrón ha caído en un momento.

         No te preocupes, he aprovechado para mantener una conversación conmigo misma.

-         ¿Con cuál de todas?

-         Con la más vieja…

Mientras se sentaba le echó una ojeada al periódico que había sobre la mesa.
-         Se te dan bien los crucigramas, por lo que veo.

Sonreí y miré hacia la puerta. Ella salía haciéndome un gesto de despedida. Yo diría que se me dan mejor los “crucidramas”, pensé.