Resolviendo "Crucidramas"
Habíamos quedado a las ocho de la tarde en el ‘Café
de las Horas’, muy cerca de la catedral. Echaba de menos las tormentas de
verano, así que esa tarde del mes de agosto, el bochorno del ambiente y los
nubarrones que se avecinaban, me confirmaban que con un poco de suerte, no
tardaría en escuchar los truenos que me devolvían a episodios entrañables de mi
infancia. El viento comenzó a dibujar remolinos en la plaza de la Reina y una
bandada de pajaritos grises anunciaba escandalosamente su retirada. Sonaba el
primer trueno, cuando entré en el viejo café…
Los aromas a madera, te, canela, granos de café
recién molidos y nostalgia, me dieron la bienvenida. El juego de luces
anaranjadas y la decoración, a caballo entre anticuario y santuario, me hacían
sentir como una viajera en el tiempo. Recorrí con la mirada el conjunto de
mesas y pude ver una melena blanca como las barbas de Papá Noel.
Ella estaba allí sentada, con la mirada absorta
en el periódico que medio sujetaba con un codo, mientras hacía girar con la
otra mano un elegante bolígrafo que hacía juego con el local. Acercándome a la
mesa, aprecié un nuevo detalle: en la pared, justo detrás de ella, colgaba una
estantería con unos libros y un ángel sentado vestido de azul índigo que
sostenía una trompeta. No pude evitar recordar a mi vieja amiga Pilar (lo de
vieja no es porque la conozca desde hace muchos años, sino porque ronda los
ochenta). Según ella, experta en ángeles y en todo tipo de experiencias
paranormales habidas y por haber (siempre dudé si era experta o adicta),
posiblemente aquel ser alado era Gabriel, el Arcángel mensajero.
Me senté dando un suspiro. Ella levantó la
mirada y me miró sonriendo con los ojos, como sólo saben hacerlo las personas
sabias:
-
¿Qué te pasa? Oigo truenos, pero no sé si la tormenta está ahí
fuera o dentro de tu cabeza.
-
Lo de ahí fuera es un chaparrón de verano. Aquí dentro – dije,
dándome un golpecito en la frente con los dedos – se avecina el diluvio
universal.
Movió la cabeza riendo,
dando a entender que lo mío no tiene remedio, aunque sus ojos decían otra cosa.
Fue en ese instante cuando me di cuenta de que no estaba leyendo el periódico.
Lo que la tenía tan concentrada era un crucigrama que por lo que observé, ya
estaba medio resuelto.
-
Échame un cable – propuso repentinamente mientras señalaba su
crucigrama - Con ocho letras: Quedarse detenida por algún obstáculo – volvió a
clavarme los ojos tras haber formulado la definición y apoyó los codos en la
mesa sujetándose la cara como si no le importara esperar un par de horas la
respuesta. Yo no tuve la más mínima duda y le respondí triunfal:
-
Atascada.
-
Correcto – anunció complaciente mientras rellenaba las casillas
con precisión.
-
Es curioso – repliqué - porque…así es exactamente como me siento
ahora: atascada. Siento una maraña de ideas en mi cabeza que no consigo
ordenar. Tengo la certeza de que todo está conectado y sin embargo, cuando
intento atar cabos, hilar las cosas…todo se vuelve inconexo. Me da la sensación
de que no importa el camino que tome porque todos me llevan a la misma
dispersión. Es como si el mundo girara y todos tuvieran su lugar en el complejo
engranaje de la vida…excepto yo – tomé un respiro y recordé lo mal que estaba
durmiendo últimamente - Ayer soñé que
estaba en el andén de la estación de trenes del norte. Salían trenes, llegaban
trenes…pero yo seguía en el andén sin saber a cuál de ellos subirme. ¿Cómo iba
a subirme a un tren si no sabía adónde quería ir? Estoy harta de no saber de
qué va este juego. De no saber a qué he venido, porqué y para qué estoy aquí – Miré
hacia la ventana y escuché la lluvia que empezaba a caer con fuerza. Dos monjas
cruzaban la calle, intentando sin éxito escapar del agua que les caía del cielo
– No sabes la envidia que me dan todos los que tienen una vocación clara en la
vida. Saben lo que quieren y van a por ello, aunque sea absurdo, aunque sea
estúpido, aunque no tenga el más mínimo sentido para los demás. Cuando alguien
quiere algo y no duda de lo que quiere…
-
Siempre paga un precio – me interrumpió con firmeza y me miró
con cierta dureza – La seguridad tiene un precio: dependencia…en el mejor de
los casos. En el peor: esclavitud. ¿Quieres ser una esclava? Adelante, puedes conseguirlo:
créete todas necesidades que se supone que debes tener para ser una persona
feliz en este mundo: vende tu talento y verdadera vocación a cambio de un
sueldo; malgasta tu capacidad de amar buscando a una pareja ‘ideal’ que tenga
todas las virtudes que a ti te faltan; pertenece a una familia unida a
cualquier precio (las que te dan siempre la razón mientras acates las
condiciones como miembro del clan son las mejores…); protégete al amparo de un
sistema de creencias que te garantice que eres buena siempre y cuando cumplas
unas normas; toma una píldora para adormecer todos y cada uno de los dolores de
tu cuerpo y de tu alma y luego… muere y vuelve a empezar porque no te habrás
enterado de nada.
-
¿Pero por qué hay que elegir entre libertad y seguridad? Así es
imposible ser feliz en este mundo… -protesté poniendo cara de víctima, esa
misma cara con la que me levantaba cada día últimamente.
-
¿Quién te ha dicho que hay que elegir? Si buscas cualquiera de
las dos ahí fuera…no conseguirás nada. Como mucho un espejismo de alguna de
ellas… Tú tienes la absoluta certeza de que el mundo es mucho más complejo de
lo que nos hemos creído. Sabes que la historia oficial del mundo no es más que
una versión y no tienes ninguna duda de que somos algo más que un cuerpo… Eso,
querida, es tener seguridad y tus dudas son la evidencia de que piensas por
encima de los límites diseñados por el paradigma establecido…y eso, es libertad
– Me guiñó un ojo y siguió con su crucigrama. Yo me quedé pensativa y el
camarero me devolvió al mundo físico:
-
Buenas tardes, ¿qué le pongo?
-
Un café granizado, por favor – necesitaba bajar la temperatura
del lugar (se llame como se llame) en el que habitan mis neuronas.
-
Tenemos unos brownies
recién hechos…
El aroma a chocolate
voló hasta mi nariz. La miré a ella y me miró con una sonrisa pícara. Su cara
decía: “Carpe Diem”.
-
Me has convencido – le dije al camarero con falsa resignación,
como si llevara horas tratando de convencerme. Él me regalo una sonrisa sincera
y salió de la escena. Yo volví a mirarla recordando sus últimas palabras y
protesté:
-
Eso de la libertad y la seguridad...tienes razón, pero no puedo
evitar pensar que es como tener la parte teórica aprobada y un montón de
calabazas en la práctica. Se me acumulan las circunstancias y no sé por dónde
empezar…
-
¿Sabes qué es lo que más me gusta de los crucigramas? – volvió a
interrumpirme con suavidad, con un gesto que preludiaba una respuesta
metafórica – Los atascos. Si supiera todas las definiciones, hacer un
crucigrama no tendría ningún sentido. Sería un mero ejercicio mental, demasiado
fácil y, por tanto monótono y aburrido. Lo bueno de un crucigrama es cuando,
una definición te obliga a reconocer tu ignorancia, a pararte y admitir que
estás perdido. Es ahí cuando tienes dos opciones: seguir “atascado” pensado en
la solución una y otra vez, con la pérdida de tiempo y el desgaste mental y
energético que esta opción supone, o bien te dedicas a resolver aquellas que sí
conoces y tratas de aprovechar las “pistas” que cada definición te da con
respecto a las demás . El crucigrama te enseña que todas las definiciones están
interconectadas y que cada vez que resuelves una…las estás resolviendo todas.
No puedes solventar todo el crucigrama a la vez, debes ir paso a paso, pero
curiosamente a cada paso que das, cada vez que resuelves una nueva definición,
vas teniendo una visión más amplia. Algunas veces, la definición más difícil,
se resuelve sola, porque mientras solucionabas las demás, sin darte cuenta ibas
rellenando las casillas de aquella que constituía ‘el gran enigma’.
Entonces, dejó el
bolígrafo y apartó el periódico. Puso sus manos sobre las mías y de nuevo, me
miró con esa sonrisa en la mirada:
-
Las mejores respuestas llegan solas, siempre y cuando cumplas tu
parte: haz lo mejor que puedas, con lo que tengas, estés donde estés.
-
Esa frase no es tuya… ¿no es de Roosvelt?
-
Sí, un toque americano siempre resulta más peliculero…
La miré con un
agradecimiento infinito:
-
Nunca perderemos el sentido del humor- le dije.
- Nunca. Ese es nuestro secreto. Somos alquimistas del drama.
Siempre cabe la posibilidad de convertir la tragedia en comedia…o al revés. Tú
decides.
Volví a mirar hacia la ventana. La lluvia había
cesado y entraba un ligero olor a tierra mojada. Llegó el camarero con el café
y el brownie. Mi reloj marcaba las
ocho y ocho minutos. Por la puerta entró ‘mi cita’:
-
Disculpa el retraso…menudo chaparrón ha caído en un momento.
No te preocupes, he aprovechado para mantener una conversación
conmigo misma.
-
¿Con cuál de todas?
-
Con la más vieja…
Mientras se sentaba le
echó una ojeada al periódico que había sobre la mesa.
-
Se te dan bien los crucigramas, por lo que veo.
Sonreí y miré hacia la
puerta. Ella salía haciéndome un gesto de despedida. Yo diría que se me dan
mejor los “crucidramas”, pensé.