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jueves, 27 de octubre de 2011

Los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios


Qué cierta la sentencia del escritor italiano Carlo Dossi. Me permito el honor de utilizarla como título de mi segunda “entrada” en este blog. Por cierto, gracias a todos los que me habéis regalado un comentario o mensaje de correo electrónico transmitiéndome vuestra complacencia…

Os voy a contar un cuento. Es breve, sencillo y casi, casi… infantil: Se titula “El aldeano” y lo escribí hace algunos años para alguien que es muy importante en mi vida (esencial, diría yo). Ese “alguien” atravesaba un amargo momento porque su familia le había dado la espalda por “salirse del camino marcado”, por decidir no seguir avanzando por senderos ya construidos y dejar de negarse la oportunidad de construir mejores trayectos, por plantearse dejar de excavar en el mismo agujero  y comenzar a excavar otros… Ese “alguien” hoy me pide que comparta ese cuento que un día le dediqué. Así que ahí va dirigido ahora a todo aquel que alguna vez se ha sentido ante una bifurcación en su camino:


EL ALDEANO

 Érase una vez un habitante de una aldea que un día salió a pasear y decidió caminar más lejos de lo habitual. Llegó hasta un cruce de caminos que a su vez se bifurcaban y descubrió que había muchas maneras diferentes de llegar a la “Gran Ciudad”. Entonces corrió eufórico a contárselo a los suyos,  pensando que se alegrarían muchísimo de su gran descubrimiento. Pero no sólo no se alegraron, sino que le criticaron y le reprocharon que se hubiese alejado del camino “de siempre”, del camino conocido. Es más, ni siquiera creyeron sus palabras. Por primera vez el aldeano sintió el dolor de la decepción. Por primera vez en todos estos años, su opinión no era valorada y respetada como había sido siempre.


Desde entonces sintió miedo de volver a sentir aquel dolor tan extraño. Pasaron los meses y él seguía sintiendo miedo a expresar cualquier cosa que le pusiera en peligro. En peligro de hacerle sentir de nuevo aquel dolor. Evitaba cualquier cosa que pudiera hacerle sentir algo parecido. Un día, salió a caminar y llegó de nuevo hasta el lugar de la encrucijada. Se detuvo a reflexionar y a preguntarse porqué los demás no podían ver aquello que para él estaba tan claro. Se sintió triste, abatido y decidió dar la vuelta. De camino a su casa, vio a una niña sola, jugando con unas piedras cerca del camino. Al verle pasar, la niña le miró y le dijo:

-        ¿Por qué vas con esa cara tan triste?

El aldeano, absorto en sus pensamientos, contestó a la pregunta sin darse cuenta de que quién se la había planteado era tan sólo una niña.

-        He descubierto nuevos caminos para llegar a la “Gran Ciudad”, pero nadie me cree…

La niña siguió jugando con las piedras y sin mirarle le respondió:

-        Yo sí te creo.

El aldeano, sorprendido por la extraña conversación que acababa de entablar con la niña, decidió seguir charlando con ella.

-        ¿Por qué tú sí me crees?

-        Porque yo no tengo miedo.

-        ¿De qué?

-        De los monstruos que dicen que existen en los otros caminos.


¡Así que era eso! Era MIEDO lo que sentían y por eso no querían creerle.

 Al día siguiente, el aldeano tomó una importante decisión. Tomaría el camino que más le gustara y se iría a la “Gran Ciudad”. Y así lo hizo. Tomo su camino y llegó. Pasó mucho tiempo, pero llegó un día en el que se corrió la voz en la aldea de que él había conseguido llegar a la “Gran Ciudad” atravesando otros caminos mucho más hermosos que el “camino de siempre”, y no había ningún monstruo. En la aldea, se avergonzaron de no haberle creído aquel día, comprendieron lo injustos que habían sido con él y decidieron que, a partir de aquel momento, saldrían hacia la “Gran Ciudad” por otros caminos…sin miedo.










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